sábado, 9 de febrero de 2008

Instinto de supervivencia

Después de algún que otro susto parece que en el cerebro se dispara un neurotransmisor que te dice que por ahí no vas bien.
En la línea de lo que escribí el último día he dejado de ir en bici por la ciudad. Sin tener en cuenta el detalle de que ya me han robado una, tanta adrenalina no puede ser buena para la salud. En su defecto me he apuntado al gimnasio donde hay bicis estáticas que no son tan divertidas, pero teniendo en cuenta que evitas tragar cantidades industriales de gases tóxicos y que nadie puede invadir tu carril, no dejan de ser una buena opción.
Sobre todo y ante todo hay que hacer deporte. El cuerpo humano está diseñado para moverse, para sudar, para andar y correr. Hasta el último músculo está ahí para algo, lástima que la vida moderna impida a mucha gente cuidarse como debería.

Sin tener en cuenta que la cantidad de endorfinas que generas es espectacular, la suficiente como para ver un reportaje sobre las vidas minadas del fotógrafo Gervasio Sánchez, y poder dormir a pata suelta por la noche.
Eso sí que es instinto de supervivencia; sobrevivir a una mina que algún capullo fabricó (¿alguien sabe en qué puesto está España como productor?), un imbécil vendió, y un hijo de puta enterró en un camino, debajo de una muñeca, a los pies de un árbol. Y te quedas mutilado para toda la vida, pensando qué ha ocurrido, porqué fuiste por ese camino y no por otro, a quién puedes culpar y pedir su parte de responsabilidad, sin ver la cara de las personas que hay detrás de la mina que pisaste o cogiste, un asesino fantasma, sin identidad ni dirección donde ir a rendir cuentas.
Entonces se me ocurre que soy muy afortunada por poder ir en bici y tener opción a decidir qué deportes me apetece practicar y cuáles no. El mundo está lleno de contrastes que pueden ser muy injustos.